Nida and Ala', sisters living in Qalandia refugee camp, walking in the road near their home with a friend. Qalandia refugee camp, Ramallah, June 2019. Monica Pelliccia A Fashion Designer, a Photographer, and a Gender Coordinator from Palestine Refugee Camps In collaboration with Hostwriter, we have asked the Tandem community to share their stories. Journalist Monica Pelliccia reports from Palestine on the stories from the Humanitarian Graphics project of Tandem Shaml participants Ala' Hamamreh and Maria Tetradi. Roya's neighbours walking among the alleys of Camp Number One, in the ouskirts of Nablus. June 2019, Nablus, Monica Pelliccia Zeynep, Ala' and Nida walking in Qalandia refugee camp. June 2019, Ramallah, Monica Pelliccia They dream to see the sea, for the first time in their lives. Their laboratories and offices are located in the heart of West Bank refugee camps of Ramallah and Nablus Cities. They work as fashion designers, photographers, and coordinator against gender violence, trying to pursue their career to face the lack of opportunities. In Palestinian territories, one woman out of two is unemployed, according to the International Labour Organization (ILO). Una diseñadora de moda, una fotógrafa y una coordinadora de género de los campos de los de refugiados en Palestina, “Aquà hay muchas mujeres exitosas, que trabajan para realizar sus sueños”. Sueñan con mirar el mar, por primera vez en sus vidas. Sus laboratorios y oficinas se encuentran en el corazón del los campos de refugiados ubicados en las ciudades de Ramallah y Nablus. Trabajan como diseñadoras de moda, fotógrafas y coordinadoras contra la violencia de género para construir sus carreras laborales y enfrentar la falta de oportunidades. Una mujer de cada dos está desempleada  en los Territorios Palestinos, según la Organización Internacional del Trabajo (ILO). Nida, Zeynep y Roya han nacido y crecido en Qalandia y Ein Bet Al-Ma’, dos de los veintisiete campos de refugiados ubicados entre Cisjordania y la Franja de Gaza, que son la casa de más de dos millones de personas. En los campos de refugiados, el agua está disponible solo dos veces por semana, los cortes de luz son comunes y las aguas residuales a veces se derraman por los callejones que no ofrecen privacidad. Un dédalo de pequeñas calles, un laberinto con las paredes pintadas con murales que llevan escritos los nombres de sus seres queridos que han sido asesinados o detenidos en la cárcel en el Desierto de Néguev. Las historias de Nida, Zeynep y Roya son parte de Humanitarian Graphics (HUG), un proyecto de narración colectiva, lanzado por la Ong MitOst, en el programa Tandem Shaml. 1-Nida, la diseñadora de moda del campo de refugiados cerca del muro de Qalandia, Ramallah Su estudio está ubicado en el corazón del campo de refugiados de Qalandia, a pocos pasos del muro de 700 kilometros que separa la Cisjordania de Jerusalén Este, atravesado cada dÃa por aproximadamente 26 mil personas palestinas. Entre estos callejones, se encuentra el laboratorio de la diseñadora de moda Nida Shehadeh, de 27 años. Es la primera estilista del campo de refugiados de Qalandia, que acaba de lanzar una colección de moda para chicas que llevan el hijab. Nida vende sus vestidos a través de Instagram y los distribuye con los servicios de mensajerÃa, a todos los Territorios Palestinos. “A pesar de las dificultades que enfrentamos en los campos de refugiados, hay un sentido de comunidad muy fuerte que alimenta nuestras esperanzas, nos cuidamos reciprocamente”, explica Nida, mientras abre la puerta de su laboratorio, “Mi padre ha comprado mi primera maquina para coser y mi vecina me ha dejado el espacio para el estudio y otras herramientas”. Nida diseña en una amplia mesa, donde corta los tejidos y construye los prototipos que realizará con la máquina para coser. Qalandia es el hogar para aproximadamente 10 mil personas refugiadas como Nida, repartidos en una superficie de 0,5 km. Las niñas y los niños se inventan juegos imaginarios con materiales reciclados encontrados en los campos, como ruedas o tuberÃas. Corren con sus bicicletas para esconderse en el laberinto de los blancos callejones. Los graffitis pintados en las paredes cuentan las historias de sus seres queridos detenidos o matados en las incursiones IsraelÃes. Como los tios de Nida asesinados antes de la segunda Intifada, a principios de los 2000, y su hermano Mahmood, de 23 años, condenado a 12 años y 6 meses de cárcel. Está detenido en la cárcel del desierto de Néguev, donde las temperaturas alcanzan los 40 grados, van por bajo de lo cero en invierno y muchas personas están reclusas en tiendas. Nida y su hermana menor Ala’ no pueden olvidar el dÃa del arresto de Mahmood. “Estaba estudiando para mi último examen, eran las tres de la mañana. He escuchado un ruido por las escaleras y he mirado a la ventana. No podÃa ver nada porque era obscuro pero el ruido se hacÃa más fuerte. De repente la puerta fue abierta, pero no ha entrado nadie. Cuando me he asomado, tres armas apuntaban a mi. En este momento mi hermano fue detenido”, explica Ala’, 25 años, “Nunca visité a mi hermano en la cárcel porque las chicas están sometidas a búsquedas humillantes y desnudas”. A pesar de las dificultades, las hermanas de Qalandia están trabajando su futuro. Nida promueve su colección de moda a través de Instagram. De esta manera, está intentando de visibilizar el trabajo de las mujeres que viven aquÃ, a menudo vÃctimas de racismo y discriminación por ser originarias de los campos, como Qalandia. “Pertenezco a una familia de resistencia. Mi historia trae esperanza desde el corazón de los campos de refugiados”, concluye Nida, “Las mujeres necesitan coraje para seguir sus sueños y alcanzar sus proyectos. No importa de donde vengas”. 2-Zeynep, la coordinadora contra la violencia de género que sueña el mar desde el campo de Qalandia, Ramallah Las olas del mar Mediterráneo dibujan sus sueños. Zeynep espera de visitar las playas de la ciudad de Jaffa, a tan solo 60 kilómetros de su casa, en el campo de refugiados de Qalandia. “He cumplido 20 años y nunca he mirado el mar en mi vida”, explica Zeynep. A pesar de la mÃnima distancia, Zeynep Adb Algader ha visto el mar solo en fotografÃas. Ha aplicado muchas veces para obtener un permiso para viajar a Jaffa pero siempre ha recibido una respuesta negativa. Una hora de viaje en coche puede ser una distancia infranqueable para las personas de Palestina, como Zeynep. Según el último informe de la organización independiente Freedom House, Cisjordania es una de las regiones con menor libertad de movimiento al mundo. Sus habitantes necesitan un permiso cada vez que quieren salir de la región y pasar los controles israelÃes. Asà que larga parte de sus vidas transcurren en los campos de refugiados. Zeynep ha nacido y crecido en Qalandia, hija de refugiados, originarios del mismo pueblo de los padres de Nida y Ala’, cerca de Jerusalén. Su casa está escondida atrás de un árbol de mora, a pocos pasos de su lugar de trabajo, en Women Program Center del Fondo de Población de las Naciones Unidas (UNFPA). “Trabajo para apoyar a las mujeres que han sobrevivido a la violencia de género, en Qalandia”, explica Zeynep, “Brindamos formación y ayuda para el empoderamiento social, psicológico, económico y la autoayuda para transformar las energÃas negativas en una manera positiva”. Hace algunos meses, Zeynep estaba subiendo las escaleras cuando se ha cruzado con su vecino que no conocÃa, Mohammed Adwan, de 23 años. El dÃa siguiente del encuentro con Zeynep, el joven fue asesinado, el pasado 2 de Abril. Le dispararon durante los enfrentamientos ocurridos en el última incursión de las fuerzas militares israelÃes en Qalandia. Zeynep lo reconoció cuando vio los pósteres que tapizan las paredes del campo con las fotos de las vÃctimas y de los detenidos. “En los campos de refugiados, un dÃa puedes encontrar a una persona y mañana puede que la hayan matada, herida o detenida”, cuenta Zeynep, recordando las incursiones, la destrucción de las casas con los bulldozer, las detenciones nocturnas entre los enfrentamientos. “Cuando tenÃa 6 años, los soldados entraron en mi casa por error, estaba con mi hermano pequeño. Mi madre le explicó que no habÃan adultos por detener y los soldados me empezaron a abofetear”. Zeynep quiere hacer escuchar su voz para relatar las condiciones de vida de las personas refugiadas. En su futuro desea continuar a ayudar a las personas marginalizadas con su trabajo, tal y como está haciendo con UNFPA. Mirando fuera de su oficina, las ventanas enmarcan el atardecer sobre Qalandia. Azul y rosa se mezclan en el cielo con las luces verdes de la mezquita que difunde en el aire los sonidos de las oraciones, entre las bocinas y los gritos de las niñas y niños del campo. “Nuestras esperanzas son más fuerte de la violencia”, concluye Zeynep. En seguida empieza a preguntar consejos a una amiga para aplicar de nuevo para obtener el permiso con el cual podrÃa realizar su sueño, por fin ver el mar. 3- Roya, la fotógrafa de boda del laberÃntico Campo Número Uno, Nablus Roya sacó su primera foto durante el aniversario de bodas de sus padres, hace cuatro años. En aquel momento decidió de empezar a trabajar como fotógrafa. Roya Ghassan, 22 años, nació y se crió en el campo de refugiados  Ein Bet Al-Ma’ o ‘Campo Número Uno’, en la periferia de Nablus, ciudad llamada Montaña de Fuego. Ella define a sà misma como “hija del campo refugiados”. Una manera común de hablar entre mujeres nacidas y criadas en este lugar. Mientras camina hacÃa casa de su abuela, Roya saluda a su vecinos, que se asoman desde las cortinas que cubren las entradas de sus casas. El Campo Número Uno – como otros campos de refugiados – parece a una pequeña y autónoma ciudad, al interno de Nablus. La atmósfera es familiar y todas las personas se conocen. Por sus callejones se encuentran dos tiendas de abarrotes, algunos peluqueros para hombres y el omnipresente puesto de falafel, unas albóndigas fritas de garbanzos, comida callejera tÃpica servida en una pita y aliñada con salsa de hummus. El Campo Número Uno es uno de los más pequeños y con mayor densidad habitacional de Cisjordania. Es la casa de 4,5 mil personas, entre ellas casi mil niñas y niños que estudian en dos escuelas. “Estos son los hogares de dos familias, ambas de nueve personas”, explica Roya, apuntando a un par de puertas, ubicadas una enfrente de la otra, tan cerca que no pueden ser abiertas al mismo tiempo, “No hay espacio, no hay privacidad en absoluto”. Los niños y las niñas se mueven en zigzag con sus bicicletas entre la basura abandonada en la calle y riachuelos de aguas residuales. Las tuberÃas reparadas con materiales reciclados se entrelazan con los cables eléctricos hasta llegar a la cumbre de los muros del campo, donde se asoma el cielo. Algunos callejones son tan estrechos que solo se pueden atravesar caminando en fila. La sobrepoblación tiene relación con la falta de trabajo, que llega al 27,4 percento de la población de los territorios palestinos según la Organización Internacional del Trabajo (ILO). Las mujeres son las más afectadas por el desempleo, a pesar de esto las jóvenes generaciones como Nida, Zeynep y Roya están luchando para buscar oportunidades. Roya saca fotos casi a diario, durante los eventos que ocurren en el campo. Trabaja para las bodas, fiestas y organiza sesiones fotográficas para los recién nacidos. Y no es la sola a soñar en grande en su familia. Su hermana Sarah, 10 años, es una futbolista, ganó dos trofeos y quiere jugar en un equipo de calcio femenino para viajar en todo el mundo, como una deportista profesional. “Hay muchas mujeres exitosas en los campos de refugiados”, concluye Roya, “Las mujeres pueden enfrentar a circunstancias difÃciles y obstáculos. Si eres una hija de un campo o de otras ciudades de Palestina, no hay diferencias entre nosotras”. Una stilista, una fotografa e una coordinatrice contro la violenza di genere dei campi profughi palestinesi, “Qui ci sono tante donne di successo, che lavorano per inseguire i loro sogni”. Sognano di vedere il mare, per la prima volta nella vita. I loro laboratori e uffici si trovano nel cuore dei campi profughi, nelle città di Ramallah e Nablus. Lavorano come stiliste, fotografe e coordinatrici contro la violenza di genere, costruendo le loro carriere lavorative per far fronte alla mancanza di opportunità . Una donna su due è disoccupata nei campi profughi palestinesi, secondo l’Organizzazione Internazionale del Lavoro (ILO). Nida, Zeynep e Roya sono nate e cresciute a Qalandia ed a Ein Bet Al-Ma’, tra i ventisette campi profughi ubicati in Cisgiordania e nella Striscia di Gaza, dove vivono oltre due milioni di persone. Le interruzioni di corrente elettrica sono comuni, l’acqua è disponibile due volte a settimana, e dalle condutture a volte si riversa nei vicoli stretti che non offrono nessuna privacy. Un dedalo di strade, un labirinto dalle pareti dipinte con i nomi e i visi dei familiari uccisi o detenuti nella prigione del deserto di Negev. Nida, Zeynep e Roya sono parte delle storie di Humanitarian Graphic (HUG), un progetto di narrazione collettiva, lanciato dalla ONG MitOst, all’interno del programma, Tandem Shaml. 1-Nida, la stilista del campo profughi vicino al muro di Qalandia, Ramallah Il suo laboratorio si trova nel cuore del campo profughi di Qalandia. A pochi passi dal muro di 700 kilometri quadrati che separa la Cisgiordania da Gerusalemme-Est, attraversato ogni giorno da circa 26 mila palestinesi. Tra questi vicoli stretti lavora Nida Shehadeh, stilista di 27 anni. È la prima disegnatrice di moda del campo profughi di Qalandia e ha lanciato una collezione per ragazze che indossano il hijab, il velo che copre la testa e il collo. Vende i suoi vestiti via Instagram e li distribuisce tramite corriere espresso, in ogni parte dei territori palestinesi. “Nonostante le difficoltà della vita nei campi profughi, c’è un senso di comunità che nutre le nostre speranze, ci prendiamo cura gli uni degli altri”, spiega Nida, mentre apre la porta del laboratorio, “Mio padre mi ha comprato la prima macchina da cucire e la vicina mi ha dato questa stanza ed altri macchinari”. Nida disegna su una grande scrivania, dove taglia e costruisce i prototipi, prima di realizzarli con la macchina da cucire. Qalandia è la casa di quasi 10 mila rifugiati come Nida, che vivono in meno di 0,5 chilometri quadrati. I bambini e le bambine fanno giochi immaginari con materiali di riciclo trovati per le strade come ruote o tubi. Corrono con le biciclette tra i vicoli stretti, un labirinto tra i murales che raccontano le storie dei parenti uccisi nei raid israeliani o detenuti. Anche gli zii di Nida sono stati ammazzati prima della seconda Intifada, all’inizio degli anni 2000, e suo fratello Mahmoud, di 23 anni, è stato condannato a dodici anni e sei mesi di carcere. È detenuto nella prigione del deserto di Negev, dove le temperature raggiungono i 40 gradi d’estate, vanno sotto zero in inverno e molti carcerati vivono all’interno di tende. Nida e la sorella minore Ala’ non possono dimenticare il giorno dell’arresto di Mahmod. “Stavo studiando per il mio ultimo esame, erano le tre di mattina. Ho sentito un rumore per le scale. Mi sono avvicinata alla finestra. Non potevo vedere niente perché era buio, ma il rumore diventava sempre più forte. La porta di casa si è aperta ma non è entrato nessuno. Quando mi sono affacciata c’erano tre pistole puntate verso di me e in quel momento è stato arrestato mio fratello”, spiega Ala’, 25 anni, “Non sono mai andata a trovarlo perché le ragazze vengono sottoposte a perquisizioni umilianti, senza vestiti”. Nida ed Ala’, le sorelle del campo di Qalandia, nonostante le difficoltà continuano a lavorare per costruire il loro futuro. Nida promuove la sua collezione di moda su Instagram. Un modo per dare visibilità alle ragazze rifugiate, spesso vittime di razzismo e discriminazione, poiché originarie dei campi, come Qalandia. “Siamo una famiglia di resistenza. La mia storia vuole diffondere la speranza dal cuore dei campi profughi”, conclude Nida, “Le ragazze hanno bisogno di essere incoraggiate a seguire i loro sogni e realizzare i propri progetti, non importa da dove vengono”. 2-Zeynep, la coordinatrice contro la violenza sulle donne che sogna il mare dal campo profughi di Qalandia, Ramallah Le onde del Mare Mediterraneo s’infrangono nei suoi sogni. Zeynep spera di visitare le spiagge di Giaffa, a 60 chilometri da casa, nel campo profughi di Qalandia. “Ho 20 anni e non ho mai visto il mare in tutta la mia vita”, racconta Zeynep. Zeynep ha osservato il mare solo nelle fotografie, nonostante la poca distanza. Ha provato diverse volte a richiedere un permesso per raggiungere Giaffa, ma la risposta è sempre stata negativa. Un’ora di viaggio in macchina può essere un ostacolo insormontabile per le persone palestinesi, come Zeynep, che vivono in Cisgiordania e hanno bisogno di un permesso ogni volta che devono spostarsi passando i controlli israeliani. Secondo l’ultima pubblicazione dell’organizzazione indipendente Freedom House, la Cisgiordania è tra le regioni con minor libertà di movimento al mondo. La maggior parte della vita dei rifugiati e delle rifugiate trascorre tra i vicoli stretti del campo. Zeynep è nata e cresciuta tra queste stradine, la famiglia è originaria dello stesso villaggio di quella di Nida e Ala’, vicino Gerusalemme. La sua casa è nascosta dietro a un albero carico di gelsi, a pochi passi dal suo ufficio, nel Women Program Center del Fondo per le Nazioni Unite della Popolazione (UNFPA). “Offriamo supporto alle donne di Qalandia che sono sopravvissute alla violenza di genere”, spiega Zeynep, “Lavoriamo a livello sociale, psicologico, economico per l’autodeterminazione e la trasformazione delle energie negative in maniera positiva”. Solo pochi mesi fa Zeynep ha incrociato il suo vicino Mohammed Adwan, di 23 anni, mentre saliva le scale. Non si conoscevano. È successo proprio il giorno prima del suo assassinio, lo scorso 2 aprile. Il giovane è stato ucciso in una sparatoria durante gli scontri nell’ultimo raid delle forze militari israeliane a Qalandia. Zeynep lo ha riconosciuto guardando i poster che tappezzano il campo con le foto delle vittime e dei detenuti. “Nel campo profughi, un giorno puoi incontrare una persona e domani può essere uccisa, ferita oppure arrestata”, racconta Zeynep, ricordando i raid, le demolizioni delle case con i bulldozer, le detenzioni notturne tra le proteste. “Quando avevo 6 anni, i soldati entrarono a casa mia per sbaglio, ero con mio fratello minore. Mia mamma gli ha spiegato che non c’erano adulti da arrestare e loro hanno iniziato a schiaffeggiarmi”. Zeynep vuole far sentire la sua voce per raccontare le condizioni di vita nei campi profughi e continuare ad aiutare le persone marginalizzate con il suo lavoro, come sta facendo con UNFPA. Guardando fuori dall’ufficio, le finestre incorniciano il tramonto che colora il cielo su Qalandia. L’azzurro e il rosa si mescolano con le luci verdi della moschea, tra i suoni delle preghiere, i clacson e le voci dei bambini e delle bambine. “Le nostre speranze sono più forti della violenza”, conclude Zeynep, prima di iniziare a parlare con un’amica per chiederle consigli su come ottenere un permesso per raggiungere la costa e finalmente vedere il mare. 3- Roya, la fotografa dei matrimoni del Campo Numero Uno, Nablus Roya ha scattato la prima foto all’anniversario di matrimonio dei genitori, quattro anni fa, in quel momento ha deciso di diventare una fotografa. Roya Ghassan, 22 anni, è nata e cresciuta nel campo profughi Ein Bet Al-Ma’, conosciuto come “Campo Numero Uno”. Si trova nella periferia di Nablus, a due ore di autobus da Ramallah, spostandosi verso nord fino a raggiungere questa antica città , chiamata La Montagna di Fuoco. Una “figlia del campo profughi”, così si definisce Roya. Un modo di dire comune tra le ragazze che sono nate e cresciute qui. Mentre cammina verso casa della nonna, Roya saluta i vicini che si affacciano dalle tende che coprono gli ingressi delle case. Il campo Numero Uno – come altri campi profughi- è una piccola e autonoma città , dentro Nablus. L’atmosfera è familiare, tutte le persone si conoscono. Ci sono due negozi di alimentari, vari parrucchieri per uomo e gli onnipresenti ristoranti specializzati in falafel, le polpette di ceci fritte, tipico streetfood che viene servito all’interno di una pita e condito con salsa hummus. Il Campo Numero Uno è tra i più piccoli e densamente popolati della Cisgiordania. È la casa di 4.5mila persone, tra cui quasi mille bambine e bambini, che studiano nelle due scuole del campo. “Queste sono le case di due famiglie, entrambe composte da nove persone”, racconta Roya, indicando due porte, così vicine da non riuscire ad aprirsi contemporaneamente, “Non c’è spazio, non c’è nessuna privacy”. La bambine e i bambini giocano con le biciclette, facendo zigzag tra la spazzatura abbandonata in strada e i rigagnoli delle acque di scolo. I tubi rotti che sono stati riparati con materiali riciclati si intrecciano con i cavi elettrici fino alla cima delle pareti, dove si affaccia il cielo. Alcuni vicoli sono così stretti che è necessario percorrerli in fila indiana. La sovrapopolazione è in parte dovuta alla disoccupazione, che è arrivata al 27,4 per cento nei territori palestinesi, secondo l’Organizzazione Internazionale del Lavoro (ILO). Le donne ne sono particolarmente soggette, nonostante le giovani generazioni come Nida, Zeynep e Roya stanno lavorando per creare nuove opportunità . Roya lavora come fotografa, durante gli eventi che hanno luogo nei campi, quasi ogni giorno. Segue i matrimoni, le feste o le sessioni fotografiche per i neonati e bambini. Non è l’unica a sognare in grande nella sua famiglia. Sua sorella Sarah, 10 anni è una calciatrice, ha già vinto due trofei e vuole giocare in una squadra di calcio femminile e viaggiare in tutto il mondo, come le atlete professioniste. “Ci sono tante donne di successo nei campi profughi”, conclude Roya, “Possiamo superare le difficoltà e gli ostacoli, se sei figlia di un campo o di ogni altra città palestinese, non ci sono differenze tra di noi”. Available translations Available translationsEnglishSpanishItalian Roya Ghassan, 22, photographer, talking with her grandmother and cousins in their house located in Camp Number One, Nablus. June 2019, Nablus, Monica Pelliccia Nida, Zeynep and, Roya were born and raised in Qalandia and Ein Bet Al-Ma’, two of the twenty-seven refugee camps located among the West Bank and Gaza Strip, home to more than two million people. In refugee camps, water is available twice a week, electric power outages are common, and the sewage system sometimes spills into the narrow alleys that don’t offer any privacy. On their labyrinthine walls, the faces and the names of their beloved ones killed or detained in the Negev Desert prison are painted. Nida, Zeynep, and Roya are part of the Tandem project Humanitarian Graphics (HUG), a contemporary, cross-cultural, trilingual, digital platform hosting graphic narratives, podcasts and articles of women stories living in refugee camps in Palestine and Greece. Al Am'ari refugee camp, Ramallah, June 2019, Monica Pelliccia Nida, the fashion designer of the refugee camp close to the Qalandia wall, Ramallah Her factory is located in the heart of the refugee camp of Qalandia. Just a few steps away from the notorious 700km wall that separated West Bank from East-Jerusalem, crossed every day by around 26,000 Palestinians. In the middle of the alleys, Nida Shehadeh, 27, has built her workspace. She is the first fashion designer of Qalandia refugee camp, producing a collection for girls who wear hijab. She sells her brand, via Instagram and distributes with an express courier, to every part of the Palestinian territories. Nida Shehadeh, 27, first fashion designer of Qalandia refugee camp works in her factory. Ramallah, June 2019, Monica Pelliccia. “Despite the difficulties we face in the refugee camp there is a sense of community that nourishes our hopes, we care for each other,” explains Nida while she opens the door of the factory, “My father bought my first sewing machine and a neighbour gives me the space for the laboratory and more equipment”. Nida draws on a big desk, where she cuts and builds the prototypes before realizing them with the sewing machine. Nida Shehadeh,27, first fashion designer of Qalandia refugee camp works in her factory. Ramallah, June 2019, Monica Pelliccia. Qalandia is home for almost 10,000 refugees like Nida, spread through less than 0,5 km. Children of the camp are playing imaginary games with pieces of stuff like wheels or tubes found across the camps. They run with their bicycle among the narrow roads, hiding in a kind of maze. The graffiti painted on the walls telling the stories of their beloved ones killed in Israeli raids or detained, like Nida’s uncles murdered before the Second Intifada, at the beginning of the 2000s, and her brother Mahmoud, 23, condemned to 12 years and 6 months of detention. He is jailed in Negev Desert prison, where temperatures can reach 40 degrees in the summer and freeze in the winter, and some prisoners are detained in tents. Ala' Shehadeh, 25, Palestinian refugee in her house in Qalandia refugee camp. On this stairs the soldiers arrested her young brother Mahmod, 4 years ago. June 2019, Ramallah, Monica Pelliccia Nida and her younger sister Ala (25) cannot forget the day when Mahmood was arrested. “I was studying for my last exam at 3 AM. I heard a sound on the stairs. I looked at the window. I could not see anything because it was dark but the sound was rising on the stairs of my house. The door was opened but no one came in. When I looked outside, three weapons were pointed at me. At that time my brother was arrested”, explains Ala’, “I never visited him because the girls are being subjected to humiliating searches, naked searches”. Despite the difficulties, the sisters of Qalandia camp are working tirelessly to build their future. Nida promotes her fashion collection on Instagram. In this way, she is trying to break racism and discrimination against the girls of camps. “I came from a resistance family. My story brings hopes from the heart of the camps”, Nida concludes, “Girls needs to be encouraged to follow their dreams, and achieve their projects. No matter where you came from”. Ala' Shehadeh, 25, Palestinian refugee in her house in Qalandia refugee camp. She is showing the picture of her uncles, killed before the second Intifada. June 2019, Ramallah, Monica Pelliccia. Zeynep, the gender coordinator who dreams the sea from Qalandia camp, Ramallah The waves of the Mediterranean sea draw her dreams. Zeynep hopes to visit the shores of Yafa City, at 60 km from her house, in the refugee camp of Qalandia. “I am 20 years old and I have never seen the sea in my entire life,” says Zeynep. Zeynep, 20, gender coordinator walking in the streets of Qalandia refugee camp. June 2019, Ramallah, Monica Pelliccia Despite the paltry distance, Zeynep Abd Algader looks at the sea only in photographs. She applied several times for a permit to reach Jaffa, but she always gets a negative response. One hour car trip can be an insurmountable obstacle for Palestinian people, such as Zeynep. West Bank inhabitants need permission for displacement every time they cross the Israeli checkpoints. According to the last report of a no partisan organization Freedom House, West Bank is among the least free region worldwide. Thus, most of the refugee’s life flows in refugee camps. Zeynep was born and raised among these alleys, daughter of refugees, originally from the same village of Nida and Ala’ parents, close to Jerusalem. Her house is hidden behind a mulberry tree, only a few steps from her workplace, in the Women Programme Center of the United Nation Population Fund (UNFPA). Children playing in the alley of Qalandia refugees camp. June 2019, Ramallah, Monica Pelliccia “I work to support women survivors of violence who lives in Qalandia,” explains Zeynep, “We give training and help on social, psychological, economic empowerment, through self-help to transform negative energies in a positive way”. A few months ago, once she was climbing the stairs she bumped into her neighbour Mohammed Adwan, 23. They didn’t know each other. It happened the day before his murder on April 2nd. He was gun shotted among the clashes during the last Israeli raid in Qalandia. Zeynep recognized him looking at the billboards cover the camp with photos of victims and detained. Zeynep, 20, gender coordinator walking in the streets of Qalandia refugees camp. June 2019, Ramallah, Monica Pelliccia “In refugees camps, one day you can meet a person and tomorrow they can be murdered, wounded or detained,” tells Zeynep, remembering raids, bulldozer demolishing houses, overnight arrests among clashes. “When I was six, soldiers broke into our house by mistake, I was with my little brother. My mother explained to them that were no adults to arrest and they started to slap me”. Zeynep wants to make her voice heard to tell refugee life conditions and continue to help marginalized people through her work, as she is doing with UNFPA. Looking outside her office, the window frames the sunset colouring the sky over Qalandia. Blue and pink melting in the sky with the green light of the mosque, spreading the sounds of the call for prayer, among the horns and the voices of the children of the camps. “Our hopes are stronger than violence”, concludes Zeynep. Suddenly, she starts to talk with a friend, asking for some advice to try again to get a permit to accomplish her dream and finally visit the sea. Refugees camps are tiny and autonomous cities, with grocery and services. In the centre of Al Am'ari camp there is also a bike shop. A mode of transport loved by children in the camp, riding bikes among the tiny alleys. June 2019, Ramallah, Monica Pelliccia Roya, the wedding photographer of the labyrinthine Camp Number One, Nablus Roya took her first photograph for the wedding anniversary of her parents, four years ago. That’s when she decided to become a photographer. Roya Ghassan, 22, was born and raised in Ein Bet Al-Ma’ refugee camp, also known as ‘Camp Number One‘, in the outskirts of Nablus City. A two-hour bus trip from Ramallah, moving north, until reaching that ancient city, also known as Mountain of Fire. Roya, in Nablus refugee camp. June, 2019, Monica Pelliccia She defines herself as a “daughter of the camp”, common way of defining oneself among refugee girls born and raised there. Walking to her grandmother’s house, Roya is greeting her neighbour, overlooking from behind the curtains, located at the entrance of the houses. Camp Number One – such as other refugee camps – is a tiny and autonomous city, inside Nablus. The atmosphere is familiar and everybody knows each other. There are two grocery stores, a few men hairstylist, and the omnipresent falafel shop, a chickpeas deep-fried ball, typical local street food wrapped in plain bread and seasoned with hummus sauce. Roya, in Nablus refugee camp. June, 2019, Monica Pelliccia Camp Number One is among the smallest and most densely populated of the West Bank and is home to 4,500 people, among them almost 1,000 girls and boys studying in two schools. “These are the houses of two families, both of them of nine people”, tells Roya, pointing to a couple of tight front doors, so close that can’t be opened at the same time, “There is no space, no privacy at all”. Children are playing with their bicycles, zigzagging among garbage abandoned in the street and stream of water leaks. Broken pipes repaired with recycled materials are crossing with electric cables until reaching the top, where the sky faces among walls. Some alleys are so tiny that need to be crossed in a row. Overpopulation is also due to unemployment, pointed at 27,4 per cent in Palestinian territories, according to the International Labour Organization (ILO). Women are particularly affected, although the young generation as Nida, Zeynep, and Roya are struggling to create labour opportunities. Children in the refugee camp. June, 2019, Monica Pelliccia Almost every day, Roya works as a photographer during the events happening in the camps. She shoots during weddings, parties or hosts photographic sessions for newborn and babies. Also, she is not the only to dream big in her family. Her sister Sarah, 10, is a football player. She already won two trophies and wants to play in a women’s football team and travel all around the world, as a professional sportswoman do. “There are a lot of successful women in refugee camps”, concludes Roya, “Women are able to face difficult circumstances and obstacles. If you are a daughter of a camp or of any other Palestinian city, there is no difference between us”.